corazón de luna

martes, 6 de octubre de 2015

De todo lo que no soy.



No soy algo que puedas respirar o sonreír una tarde entera. Soy las seis y treinta de cuando los que despiertan no recuerdan su sueño, pero dan el último suspiro sintiendo la sombra de quien los abrasó y no dejó más que eso: fuego. 


Soy libélula de flores violeta y capullo vacío, sin alas ni vuelo. Soy el vientre en el que bailan miles de peces cuando el amor encuentra su momento; soy los peces y el amor; pero sobre todo, soy el baile de los peces.


Aquello que guardas en el bolsillo izquierdo de la prenda que te pones una sola vez, y olvidas después en el armario junto a los abrigos y los zapatos y las cartas jamás abiertas en una caja que no lleva mi nombre. 


No soy algo por lo que sientas amor, te digo: soy la que siente amor y siempre pierde. Los puntos suspensivos, el suspenso y la suspensión de los recuerdos.


El sinsentido de cuando te veo a lo lejos, con las mariposas revoloteándote el encanto y yo, remolino de besos que nunca serán dados. El sentido de cuando te veo cerca y con hambre feroz me trago a tus mariposas; tu sobresalto al verlas, tus intentos en vano; tú sin el encanto.


No soy lo que se besa en intervalos de madrugada; soy la luna que se piensa mujer con tal de convertirse en musa. No soy canción de guitarra o 'le moulin' a piano, soy de las que andan descalzas, con los pies helados, mientras repito en voz alta "cómo voy a creer/dijo un fulano..."

Soy el desconocido al que le aceptas un caramelo con la mayor de las alegrías para darte cuenta, después de haberlo comido, que no era tu preferido. La que se libra de los peligros al buscarte, 
pero no de la vida al encontrarte. 

El resumen de la historia, sin héroes, ni acción, ni fantasía; sólo las palabras serias y breves de quién no entendió la trama y seguramente no recuerda el final. 

Que conmigo lo mejor no es 'dejarse guiar', te digo: soy de las que siempre llevan mapa y aún confunden el norte con los senderos por donde se oculta el sol.


Soy un veintisiete de septiembre, a las veintidós cuarenta y cinco, veintidós años después. Las cicatrices de rodilla, los cinco lunares que caen en peligroso zig zag por la pierna derecha, el inconcluso desarrollo de un cuerpo a los doce, el cabello corto, los ojos marrón, las manos frías; el café a cualquier hora.

Un semáforo parpadeante en amarillo, que no anuncia un alto, sino avance máximo. 

El tabaco consumido, 
el abrazo homicida, 
la herida, 
el arma, 

y la última sonrisa.

domingo, 18 de enero de 2015

la noche es un poema inacabado

Es el viento nocturno
la serenata privada
de los amantes que
hacen de la poesía 
movimiento, dicha y cansancio//
Lienzo de misterio; 
un manto, en ausencia de luz,
que cubre las ruinas
de un futuro no contado,
aún no soñado,
o siquiera imaginado//
Cielo negro; un eco
de los gritos que 
derivan de las pesadillas
en alguna infancia//
La luna como mujeres de Gelman;
dispuesta a escuchar entre susurros
la rima XIV de Bécquer,
dejándose más desnuda 
que aquella maja pintada
en un cuadro de Goya//
Acaso las estrellas 
el gesto amable de un padre,
o la inocencia premeditada en
las historias que se leen
para conciliar los sueños; 
transformadas con el tiempo
en la fina lectura de los cuerpos//

Es la noche vigilia
de una memoria guardada
en un jardín, donde las flores
permanecen monocromáticas 
hasta iniciada la mañana//

miércoles, 22 de octubre de 2014

Carta acusatoria.

Estas pueden ser las líneas más largas que te he escrito:

Te detesto.

Porque a pesar de los esfuerzos no logro salir
de este armazón de sentimientos que me llevan
entre aleteos constantes (como el mar)
y oleajes bravíos (como la mariposa).

Sí, te detesto; tanto como a
las noches estrelladas de Bagdad,
porque aún no he podido verlas.

Delirios.

-Déjame ser quien te haga creer en el azar- dije, como promesa de "algo" único, fue quizás mi repentina aparición, caótica como suele suceder, lo que te sugirió aceptar mis pretensiones. 

Debo traer un letrero en la frente, lo sé porque así lo siento, pesado, con una advertencia en mayúsculas, un letrero que al parecer sólo yo puedo ver... sin embargo es mi obligación decir lo que en él viene inscrito: "ADVERTENCIA: Esta niña viene con instructivo cifrado en metáforas. Hágase uso responsable del lenguaje." Y ahora dudo, ¿es que no lo ven, o es que no lo atienden? 

Verás, tengo una manía tremenda: imaginar. No siempre es lo mejor. En mi vida nada sigue una línea recta y los caminos tienen tantas vertientes como segundos tienen los días. No, no es lo mejor, pero te confieso algo: Me encanta.

¿Cuántos retazos pueden generar una escena completa? Encuentros de tres segundos en el corredor del colegio, cinco minutos en el asiento opuesto del transporte, dos más en alguna calle, bastan para pensar qué espera, quién le espera, qué escucha, qué lee, qué tararea con esa insistente sonrisa dibujada… "seguro llegará a casa, mirará las paredes que lo rodean y de pronto le invadirá una soledad tremenda, soledad que será distraída por un par de canciones en su reproductor, por la llegada de un viejo conocido…" una voz sugiere un rostro, un par de ojos unos labios, un gesto se transforma de pronto en una conversación (que es llevada a cabo como monólogo entre mis propias alucinaciones, claro está) y de esa forma, las historias se hacen cada vez mayores. Cuántas las realidades que puedes crear a partir de aquello que ignoras. Hacerlo me genera un millar de emociones: desconcierto, desilusión, desencanto, pasión, misterio, necedad, enamoramiento, incluso una profunda carcajada cuando descubro que nada de lo que he imaginado es cierto, creyéndome tan tonta por armar fortalezas de palabras que se esfuman tal como llegaron… repentinamente.

Hay días en que esas palabras se acumulan entre mis dedos, mis ojos, mis labios, mi garganta -cada una de mis células inundadas- mi pecho, mis piernas, mi estómago, mi sexo. 


Los cuadernos se vuelven aliados, pequeños salvavidas en medio del oasis, y las líneas cimiento de historias; pero cuando imaginar es más fuerte que eso, nada me detiene; comienzo a dedicar palabras, (y es que acá, en el papel blanco, existe destinatario pero rara vez regresan a mí con remitente, porque su aliento no es de carta, o al menos esa ha sido la idea que mis hemisferios cerebrales se han instalado para protegerme de los golpes)...

viernes, 5 de septiembre de 2014

Itinerario.

Acto I. Vida.

Las mañanas pertenecen, ahora, a tus ojos. 
Pasa una hora, treinta minutos y diez más.
Distingo tus pasos a lo lejos.
Nadie creería que de verdad reconozco tu sombra.

Hace dos horas no había nacido.
Me encontraba en mi lecho de muerte, 
en espera de la mañana; ésta, 
donde te sé parte de las cenizas del cielo 
que se vuelven agua.

De pronto un destello, uno.
Si alguna vez miras con atención, 
te darás cuenta que soy yo y mi sonrisa 
iluminada al pronunciarte.

Mi alma que se siente tuya.
Mis manos que tiemblan ante tu abrazo 
en comunión al mío.

Tienes el don de la sonrisa fingida.
El aura rodeada de dudas
y unas pestañas que trazan senderos
por los que el viento se enreda y baila.

Ya no me sé sin tu retrato.
¿Erro en pensarte?
¿Erro en sentirte?
Temo.



Acto II. Catarsis.

El temblor de mis manos se extiende,
llega a mis piernas, que de pronto 
son refugio de un eterno vaivén;
pulsaciones que naufragan constantes,
ávidas de savia, insaciables de humedad.

Horas, horas.
Instantes mudos, silentes;
protagonistas de mi fragilidad,
de mi cuerpo que no sabe cómo defenderse
debajo del tuyo.

Tu boca se abre y en ella observo mi anhelo,
desesperación irreprimible, dolor;
mis miedos intentando aferrarse 
a la cóncava que refleja tu espalda.

No erraron al decir que el 'goce' 
está relacionado con la muerte;
lo pienso mientras me mantengo
suspendida en algo que se asemeja 
a mil espejos -encerrando nuestra desnudez-
rompiéndose al unísono.

Involuntariamente despierto y 
me hallo sin un milímetro de tu piel.
Frente a mí un espejo, íntegro,
encerrando sólo mi figura,
mi cuerpo entre sábanas,
la noche que se convierte en luz.

Mis temores no dudaron para hacerse presentes,
tu ausencia no temió para romper mis dudas.
Huyes, me abandonas, te liberas.



Acto III. Muerte.

Era innevitable. 
Una vida no es eterna
¿o me equivoco?

Mis sentidos se apagaron, 
lentamente, como una pequeña brisa
que se evapora al tocar un cuerpo en llamas.

Sabía que no volvería a verte,
a tocarte entre sueños, quizás;
pero ahora sólo en uno: el sueño eterno,
del que la gente ya no regresa
más que siendo huesos, polvo, memorias.

Luchar fue en vano. 
Pensarte como único, 
hacerte mío sin advertirte que así sería.

Mi cuerpo se despide del tuyo y
allá tu voz a lo lejos repite un credo 
del que jamás estuviste seguro, 
ni siquiera en momentos como este 
en el que te sabes muerto.

Y la oración se hace débil,
y de pronto dejo de escucharte, 
y desesperada te grito que me mires,
que me encuentro perdida en mí misma; 
que te mueres y yo contigo.

Pero son gritos absurdos.
¿qué me haría creer que 
no habiéndolos escuchado en vida
podrías hacerlo ahora? 

No.

Bienaventurada mi alma de fénix,
que renace de las cenizas
después de ser consumada
una y mil veces.

Ya vendrán los días difíciles, 
los instantes ausentes,
en que tendré que acostumbrarme 
a no sentir tu esencia trémula y viajera.

Acá sólo tú desapareces.



Acto IV. Silencio.

Apenas puedo escuchar tu voz 
en el último instante, 
pidiendo disculpas ciegas,  
sin reconocer, sin siquiera saber, 
en qué punto de tu abrazo 
se encontraba la mentira.

Todo palabras mudas.
Todo muerte anunciada.
Todo tu reflejo inexistente.
Todo nada: Silencio.

domingo, 20 de julio de 2014

He llegado a pensar
que mi muerte se quedó
entonces contigo; 
porque hace tiempo 
que no me recorre 
el frío por la espalda,
sólo tus manos.

viernes, 18 de julio de 2014

Deja ya de insistir;
la respuesta ha sido tuya
desde la primer mirada.

Todo fuese tan sencillo 
como eso, como decir sí,
sí, esta tarde hagamos el amor...

Hacer el amor,
no, desnudarnos,
entregarnos a la pasión,
tan sólo eso.

Pero si hemos permanecido desnudos
desde el momento aquel
en que nuestros sueños
quisieron ser eternos cómplices.

Y te escribo,
neciamente te escribo, 
como queriendo no quererte,
y que por el contrario tú...

Todo fuese tan sencillo 
como eso, como decir sí.

No me sueltes,
no me consumas,
no dejes que caiga 
en un abismo interminable; 
no dejes que caiga en ti.

domingo, 15 de junio de 2014

Le escribo a tu nombre sin miedo a reclamos, 
pues sé que no me lees, no me adivinas. 
¡Por fin he encontrado una musa ciega!
un lector de palabras que no son las mías,
las mías que son suyas, que son él.

Siempre he afirmado que cuando
mis letras comienzan a parecer 
retrato y no poema, 
es porque mi cabeza ha quedado 
dos pasos detrás de mi corazón.
Y sin punto de vuelta,
no hay manera de alcanzarlo.

Cómo hablarte de otra manera, 
si no es en tu idioma: literal.
Tú que me condenas cuando
me dices que no te gusta la poesía,
y yo, que cuando te miro pienso
"si supieras que eres mi mejor poema..."

O mi decepción al enterarme que el café,
no sólo no te gustaba, 
no podías tomarlo sin que sufrieras
una especie de crisis nerviosa. 

¡Qué mas da! tus labios 
no tendrán nunca para mí
sabor a sustancia amarga,
pero me basta con saber que 
ahí, en tu boca, también son eternos
los segundos después del primer sorbo.

Tantas cosas nos mantienen 
en polos distantes.
Yo tan lluvia y tú, tan todo, 
todo menos eso, menos yo.

miércoles, 9 de abril de 2014

Vigilante.

Mis dedos no encuentran motivos para moverse, pienso que, confundidos, no saben para dónde ir; derecha, izquierda, abajo, buscando las teclas pues no es hoy el lápiz quien las abriga.

El sol yace en el primer cuarto del cielo y mientras la voz de Silvio intenta hacer silente los ruidos de los autos y el despertar de los edificios, el pavimento comienza a calentar el andar de todos, todos los que corren de prisa a su deber… ¿cuántos de ellos conscientes de la distancia que recorren, cuántos más del viento que golpea su rostro? fresco, anunciando con desdén que están vivos.

Un trago, dos, tres; he perdido la cuenta de las veces que he llenado la taza, de un café falto de sabor, cuerpo y energía, más agua que semilla ¿por qué lo tomo entonces? la costumbre quizás, la necesidad de algo en la garganta, amargo y cálido, o quizás por la sencilla razón de quitar el frío.

La mañana tenía un tono de soledad hasta hace algunos minutos, pero de a poco va llenándose de sombras a lo lejos, de movimientos apresurados que muestran indiferencia; a esta altura del tiempo esa soledad va tiñéndose de melancolía.


Un vidrio muestra un reflejo frente a mí y reconozco, a medida que enfoco la visión, el retrato de alguien que conserva mi silueta, mi cabello, el collar negro y la mirada que de pronto se convierte en espanto por no saberme dueña de él y sobre todo por percibir claramente que una nube negra de palabras y pensamientos alborotados le revolotean al borde de la duda.

Son aquellas, distinguiéndose de entre las demás por su color, guinda como el amaranto, las que llaman mi atención, repitiendo quizás con falta de precisión una declaración hueca que no me pertenece ahora, pero en algún otro instante llenó mi corazón. El reclamo no es mi pretensión, pero si esto se convirtiera en una carta con destinatario comenzaría dando una pregunta simple: ¿tan poca importancia tuvo como para repetirla sin piedad?

Pero no, esta no es una carta, mucho menos una carta con destinatario.

...

Regresando pues al punto que llamó mi atención... su color guinda, como el cielo en ciertas tardes cuando el gran astro comienza a ir sin prisa trayendo la noche, guinda como el pigmento que llenó tantos lienzos de pintor, guida como mi calzado, guinda como el atuendo de esa mujer que sentada en la siguiente parada espera el autobús con cigarro en mano, como pensando en algo lejano e incierto...

A propósito del reflejo que describía, di cuenta de otra sombra que detrás mío también consume un café idéntico, sin sabor, sin azúcar, ni ánimos de brindar energía. A diferencia de la silueta que aún no reconozco como mía, el suyo es un retrato de expresiones finas y de mirada más atenuada, así que me siento intimidada, pues después de minutos frente a esta pantalla había olvidado que no me encontraba sola y mi monólogo en voz alta y mis cantos desesperados han tenido oídos, ojos y, sin temor a equivocarme pero también sin seguridad alguna, un par de sonrisas y miradas de desconcierto. 

Fuma, ¿espera? ¿a quién con tanta paciencia? Hasta ahora me he detenido a mirarlo con detalle y olvido, por segunda ocasión, que no estoy sola, que puede ser testigo de mi actuación y no habrá expresión que pueda disimularlo, así que tomo una determinación; fingiendo que el sol me ha molestado, cambio mi lugar para ahora mirar al objetivo de espaldas, como esperando que no note mi insistencia. De un momento a otro el día deja por completo de lado el significado de aquella palabra que usé para determinar el tono de la mañana. 

La curiosidad me mantiene insatisfecha, no puedo mantener mi mirada ajena a su presencia, mucho menos ahora que lo encuentro tan encantador...

Pasemos a describirlo, sabiendo y teniendo como advertencia que mis palabras saldrán de mi visión contaminada ya por el encanto.

Viste un suéter negro como mi collar y debajo de él se asoma una camisa azul de tono claro como el color que el cielo destila a medio día; con más atención observo que la camisa no es lisa sino llena de líneas en un tono levemente más oscuro intercaladas con blanco que marcan horizonte, de derecha a izquierda o de izquierda a derecha (asunto que dejaré libre para deducir), pantalón negro como el vestido del que también hago uso y zapatos que evidentemente hacen juego. 

He llegado aproximadamente a las nueve en punto de la mañana y dado que él lleva más tiempo que yo en este lugar, el abrigo que cobijaba el clima de aquellos instantes es sin duda lo  único que no va con el resto del atuendo. Una chamarra gruesa y azul, esta vez oscuro como la profundidad del mar, lleva como símbolo en el lado superior del brazo izquierdo la letra "B" rodeada por una corona de laurel del que se desprenden por debajo las iniciales de "B.X.YUAN" que no reconozco a qué, o en dado caso a quién, refieren.

Una maleta, con una trama gris en diferentes intensidades, descansa al pie de su lado inferior derecho y las siglas de "LUIS VUITTON PARIS" aparecen en el medio de ella... (a esta altura me he visto obligada a hacer una pausa para inclinarme cerca, muy cerca de él, de la maleta finalmente descrita, conectar un cable para abastecer de energía esta máquina que me permite colocar mis palabras y darme cuenta que tiemblo torpemente y sin razón aparente. Al regresar a mi asiento disimulo con un trago grande de café y río al notar que no era necesario ir hasta él pues otra fuente de energía se encontraba justo a mi lado izquierdo... "él no se ha dado cuenta, continúa" me digo y así pues, lo hago).

Su cabello es corto, levemente ondulado y acomodado hacia atrás, por lo que se mantiene sin movimiento alguno. Entonces sé que no es tan joven como imaginaba, quizás está por llegar a los cuarenta años y a pesar de su mirada infantil, llena de ingenuidad, se hace evidente que la edad ha dejado espacios, cubiertos aún por el demás cabello, pero incipiente.

Cabe aclarar que el tiempo en que usted, lector, hace vívida la descripción y el tiempo real en que ocurre el relato no es el mismo, hay instantes amplios en que mis dedos se detienen por completo para simplemente admirar, quizás tal vez, para imaginar que soy yo quien sentada ahí, junto a él, comparte conversación, cigarro y el calor de la bebida (silencios que evidentemente sólo podrían ser denotados con un suspiro, una página en blanco o una separación de capítulos)...

Él también tiene una máquina delante, por lo que puedo determinar en qué trabaja y cómo se llama su compañía, (información que quedará registrada sólo en mi memoria por dejarlo más a la deriva, si es que quisieran comprobar la veracidad del sujeto). 

Una bocanada de humo me recuerda el número de cigarrillos que lleva: cuatro hasta el momento; ¿Su voz? delicada y toma café sin azúcar, lo sé porque lo ha pedido hace tres segundos. Entonces sonrío al tiempo que devuelve una mirada hacia mí y contrarresta mi repentina complicidad. 

Si no hubiese tomado en principio la determinación de esconderme a espaldas de quien ahora resulta víctima, probablemente ya habría partido sintiéndose atemorizado de la precisión con que grabo en mi mente la forma de sus labios delgados, su rostro alargado y perfectamente alineado, esa ligera curva al final de sus ojos, pero sobre todo, la forma en que abre en distancia mínima la boca e ingresa en ella una buena cantidad de humo, humo blanco y su mirada se hace aún más tenue en expresión evasiva al que se le escapa por el extremo opuesto, para devolverlo en el aire después de segundos eternos, cambiando la expresión a una de placer, como si fuesen sus inquietudes las que escaparan desde el interior.

Después de cinco horas de mantenerme alerta a sus movimientos, ya no parece un extraño, ni una coincidencia que se hallara testificando mis delirios matutinos... puede partir tranquilo. Su figura frágil y esbelta se pone en manifiesto cuando se levanta y sin prisa alguna comienza a ordenar sus pertenencias, pone fin a la base de datos donde se encuentran un sin número de nombres desconocidos, en la que ha estado trabajando gran parte del día y lo último que muestra ante mí, en el acto repentino de voltear para cargar aquella chamarra de azul profundo, son un par de gafas del tono de nuestras bebidas sin sabor y una sonrisa que me deja en claro: en este juego han sido dos los protagonistas y sin duda la palabra que calificó la mañana ya no tiene lugar. 

...

miércoles, 26 de marzo de 2014

Un viejo relato, una conversación lejana... ¿o acaso sólo un sueño?

- ¿Por qué querría olvidar, si eres tú mi mejor recuerdo...? Un recuerdo... sólo eso, que quizá debí aprender hace tiempo. "Sin poesía la Luna, sólo es la Luna"... Y sin ti, corazón, no tiene caso ser Luna... ¿Cómo evitar que tu fantasma recorra los pasillos y sea reflejo del cielo en cada noche? Si ya no importa cuántos abrazos no te he dado, cuántos besos te he callado... la distancia seguirá siendo la misma, por un "por siempre" destinados a latir en diferentes armonías. No me duele, me dueles... amor mío, corazón mío, cielo mío... Que no importa cuánto "te cielo", el cielo de Frida no será nunca mío. Sólo un recuerdo... sólo eso, que quizá debí aprender hace tiempo. ¿Pero, qué le digo a tu memoria, a mi necedad, al ahora...? Al "ahora" que no te tengo, al "ahora" que no te siento... ¿Cómo olvidar tus versos, tus besos, tus abrigos entre sueños? ¿Cómo olvidar que juramos amor eterno? ¿"Eterno"? ... qué paradoja tan "nuestra"; como nuestra hemos hecho la noche, el cielo y los deseos... como el deseo de tenerte, de mirarte, de sentirte mío.
...


¿Cómo me pides que olvide? ¿Acaso lo has hecho ya? ... si así es, tengo derecho a saber de qué manera tu insomnio se ha atenuado ¿cómo quieres que olvide tu nombre, tu rostro...? Ese nombre que tanto imploro y esos ojos con que me has cautivado. Tantos silencios, tantos "te cielo"... ¿cómo es que pueda olvidar, si tú -amor, utopía, destiempo- tampoco puedes hacerlo...?
- Es el destino quien no nos deja ser....

- ¿El destino?... No mi cielo. Nadie más que nosotros, no nos dejamos ser.
Pero está bien, es un tema que neciamente ya toqué muchas veces. Así que, esta noche no. Ya no...Sé bien la línea que hay entre lo real y mis deseos. Y es que... "siempre que hablo contigo acabo muriéndome un poco más..."
Y, nada... de más está el "te cielo", ya lo tengo grabado en mi pecho, como muchas otras cosas.